Buenos Aires nunca fue una ciudad blanca ni homogénea.
Desde sus orígenes, estuvo atravesada por la presencia afro y mestiza, que contribuyó de manera decisiva a su crecimiento, su cultura y su identidad.
Sin embargo, esos aportes fueron silenciados deliberadamente.
Hoy, la mayoría de los porteños ignora que hacia 1810 cerca del 30% de la población de Buenos Aires era negra, y que, según muchos investigadores, esa cifra sería aún mayor si se considerara a la población mestiza.
También se desconoce el peso histórico que tuvo la comunidad afroporteña en la conformación de la música, el lenguaje y la cultura popular: desde el tango, el candombe, la milonga o la payada, hasta palabras cotidianas como quilombo, mina, chongo, mondongo o arrorró.
Esta falta de reconocimiento no es casual.
Como explica la investigadora Gisele Kleidermacher (UBA–CONICET) en su trabajo Africanos y afrodescendientes en la Argentina: invisibilización, discriminación y racismo (Revista RITA, n°5), la negación del componente afro fue una de las formas más profundas del racismo estructural argentino.
No se trató de una simple omisión, sino de una política activa que, desde el siglo XIX, buscó forjar una nación blanca, europea y moderna.
Con la consolidación del Estado-nación y el auge del positivismo, la visibilidad de las poblaciones afrodescendientes se convirtió en una amenaza para el ideal de “civilización” que guiaba el proyecto de país.

El proceso de «blanqueamiento»
Cuando se pregunta qué pasó con los afroargentinos, la respuesta popular suele apelar a una explicación trágica: las guerras de la independencia y la epidemia de fiebre amarilla habrían diezmado a la población negra de Buenos Aires. Pero, como advierte Kleidermacher, esa es solo una parte del relato. La verdadera explicación es mucho más compleja.
El historiador George Reid Andrews propone la idea que los afroargentinos no desaparecieron, fueron reclasificados. Dejaron de ser considerados negros para pasar a ser “ciudadanos argentinos” dentro de una supuesta nación blanca.
Muchos ocultaron sus orígenes para escapar de la discriminación o se mestizaron con la población criolla y europea, en un contexto donde el color oscuro se asociaba con la pobreza y la barbarie. Otros buscaron el mestizaje con la población blanca para mejorar sus condiciones de superviviencia.
Tras la caída de Rosas, la población afro —que había tenido visibilidad política y social bajo su gobierno— fue directamente borrada del nuevo relato nacional. Los sectores liberales, influenciados por el racismo científico y las ideas de Sarmiento y Alberdi, promovieron la inmigración europea como vía de “mejoramiento” racial.
Así se consolidó un proyecto de blanqueamiento que redefinió la identidad argentina: una operación política, cultural y simbólica para borrar la herencia afro e indígena de la memoria colectiva.

Las huellas que permanecen
Lejos de desaparecer, la presencia afro sigue viva en las palabras, los gestos, los sonidos y los sabores porteños. Términos como quilombo, mucama, mandinga o milonga; comidas como el mondongo o las achuras; y ritmos como el tango, el candombe y la milonga, y hasta la payada, son parte de esa herencia.

Visibilizar esas huellas no es solo un gesto histórico: es un acto de justicia. Como sostiene Kleidermacher, reconocer a los afrodescendientes es desarmar el mito de la Argentina blanca y recuperar una memoria borrada «por diseño».
Buenos Aires Afro surge desde esa misma necesidad: reconstruir lo que fue silenciado, reivindicar las raíces afroargentinas y celebrar la diversidad real que nos dio forma.
Fuentes:
– Kleidermacher, Gisele Paola. «Africanos y afrodescendientes en la Argentina: Invisibilización, discriminación y racismo.» Instituto de Estudios Superiores de América Latina. Revue Interdisciplinaire de Travaux sur les Ameriques, volumen 5, número 1, 2012, páginas 59-72.
– Conservar el vacío. Imágenes de la desaparición de los negros en el Archivo General de la Nación
– Daniel Schávelzon – Buenos Aires Negra, arqueología histórica de una ciudad silenciada




